En estas últimas dos semanas los episodios de violencia en las canchas han vuelto a ser noticia. Cualquier partido, ya sea de primera o del ascenso es un riesgo, y no necesariamente ocurren los fines de semana, como pasó con un encuentro entre Platense.
Hasta hace un tiempo el público futbolero había revertido una tendencia que se acentuaba cada vez más, ya que la gente volvió a ir a las canchas y batiendo récords de venta de entradas, por eso cabe preguntarse qué pasará ahora, a un día del Superclásico entre River y Boca, y en medio de amenazas de suspensión del deporte más popular del país. La violencia en el deporte, especialmente en el fútbol, es algo que nunca se pudo erradicar, a veces aumenta, a veces disminuye, pero siempre está. Y no sólo aquí, pero si nos comparamos con el exterior, la conclusión puede ser una sola: estamos muy lejos de Europa en materia de seguridad. Es cierto que los hooligans, los ultras italianos y españoles siguen existiendo, pero ellos han logrado avanzar bastante, ya que se trata de tomar medidas concretas y de aplicar un elemento fundamental: educación.
Una de las medidas propuestas sería que los partidos sólo se jueguen con público local, lo que constituye una barbaridad por tres razones: primero, el pobre hincha del equipo visitante no tiene la culpa de que en su club existan treinta o cuarenta delincuentes. En segundo lugar, sería un perjuicio económico bastante grande para los clubes chicos. Y tercero, ¿Qué sucedería si el equipo local es goleado y son los barras de ese equipo los que provocan desmanes?
Se estableció por ley que las canchas con más de 20 mil espectadores deben tener a todos sus espectadores sentados. ¿Es esto aplicable en este país? Sería una locura pensar que en las canchas de Argentina no existan más los alambrados o que todos los espectadores estén de pie, como sucede en España, país en el cual todos los asientos son numerados y se respetan estrictamente todas las ubicaciones. Además, la violencia de los ultras genera un profundo rechazo social en ese país, y hasta en un partido del Atlético de Madrid, los hinchas de ese equipo pidieron expulsar del estadio a los barras porque habían roto un minuto de silencio. Aquí, en cambio muchas veces los simpatizantes subidos al alambrado aplauden la suspensión de un partido porque eso es parte del “aguante”.
Por eso, no basta con lograr un acuerdo para expulsar a los barrabravas de los estadios, o que los partidos se jueguen sin público visitante. Se debe ir a la raíz del problema, un problema cultural que ya lleva décadas y si seguimos así van a ser más los muertos que los hinchas.
Fecha del artículo: octubre de 2006
Publicado en: Trabajo Práctico para el Instituto Grafotécnico
No hay comentarios:
Publicar un comentario